La Mudanza

Mes de Julio. Empieza el fresquete. Plena época de finales, que a pesar de tener aprobadas las materias, no me anoté a ninguno. Es que el dilema era: estudiaba o me mudaba.
Así que a mediados de Julio me mudé. De vivir en una casa con un cacho de jardín con un limonero, un gomero, un pequeño pino, una palmera, el naranjo vecino que gustaba asomar sus ramas (y sus naranjas) de nuestro de lado, todo esto rodeado de flores y enredaderas, pasé a un departamento con un patio de 2x2, donde ni un yuyo asoma entre el cemento. Pero bueno, la libertad tiene su precio.

Más allá de los pormenores, las idas y las vueltas previas a la mudanza, me di cuenta de que jamás voy a tener una vida normal. Se que no soy un ser normal, y ya es hora de que asuma que mi vida transcurre como en una dimensión paralela a la del resto de los mortales, donde la Ley Primera es «Si algo puede salir mal, saldrá mal». Y como no podía ser de otro modo, esta nueva etapa comenzó burlándose de mí.

El día que el dueño me entregó la llave del departamento, yo la recibí con una sonrisa amistosa, hasta que vi lo que tenia en mi mano. Traté de disimular, y apenas el buen hombre se retiró, mi madre, que ya se olía algo, me increpó:

Mi-Madre:¿Y a vos que te pasa?

Tímidamente extendí mi mano y le mostré. Mi madre estalló en una risotada.


Mi-Madre: ¡¡¡VISTE!!! Seguí negándolo, ahora no podes decir que es solo coincidencia!!!

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